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La peor de las crisis

Y nosotros que nos las prometíamos felices…

Lo escuchabas por todas partes, tanto en tu entorno como en los medios de comunicación. Éramos la generación más preparada, y la que iba a disfrutar de una mayor felicidad. Heredando un mundo cada vez mejor donde los avances tecnológicos y sociales estaban a la orden del día. Y sin embargo aquí estamos. Aceptando que, en general, viviremos peor que nuestros padres, sin saber qué pasará con nuestros hijos.

Aquí estamos, digo, en plena crisis existencial; la peor de las crisis.

Un retroceso global que se puede diseccionar en un montón de pequeñas crisis. Como la obvia, la primera en la que pensamos al oír el término en sí: la económica. El mundo aún intenta recuperarse a duras penas de la Gran Recesión de 2008, y los que sufrimos somos los de siempre. Lejos de aprovechar ese punto de inflexión para aprender de errores y corregir defectos, la riqueza está más polarizada que nunca. Vamos, que los que ya se enriquecían antes lo hace aún más ahora. Y espérate que no llegue otra desaceleración económica que nos lleve a todos por delante

Pero también vivimos otros tipos de crisis, como la política. Porque los políticos nos han fallado, y no hay esperanzas de que eso vaya a cambiar. No cuando el principal problema es que ya nadie se acuerde de lo que significa en verdad hacer "política". De la importancia de sentarse a hablar, y negociar. Ceder, comprometer y llegar a acuerdos. Eso es política, la de verdad, la única capaz de regular sociedades como las de ahora, tan complejas y heterogéneas. Desgraciadamente a los dirigentes políticos se les ha olvidado esto, y no son capaces de gobernar si no son con mayorías. Imponiendo sus ideas, sin ceder en nada. Y así nos va, en una inestabilidad constante que te deja a merced de la mentira y los extremismos.

Y digo mentira porque, sí, también estamos en plena crisis de la verdad. El ser humano, vago por naturaleza, ha dejado de pensar y procesar la información que recibe. Lo quiere todo masticado, para asimilarlo y no tener que perder tiempo ni energía en analizarlo. Y de esta manera queda expuesto a la falsedad. Es irónico pensar que es ahora, con tanta información en nuestras manos, cuando somos más engañados que nunca. Ya sea por las famosas "fake news" que nos llegan para manipularnos  o porque las noticias circulan incompletas o imprecisas (como expliqué hace poco aquí, en Twitter).

Junto a la mentira, decía, también estamos expuestos a las ideologías radicales. Ésta es la crisis moral, y quizás la más preocupante. ¿Cómo puede ser posible que aún haya racismo, homofobia o machismo? Peor aún, ¿cómo puede ser que haya un aumento de las ideologías y partidos políticos que las defienden? Pues muy probablemente se deba a una mezcla de todo lo expuesto anteriormente. A que la combinación de pobreza, mentira y falsedad política resulte en una mezcolanza explosiva, capaz de sacar lo peor del ser humano.

Soy consciente de que aquí no he contado nada nuevo. Todo esto lo hemos oído y leído mil veces, y desde hace años. Pero justo ése es el problema, y en lo que quiero hacer hincapié. Porque, aunque todo esto lo sabemos desde hace tiempo, nada ha cambiado. O no lo suficiente. ¿Por qué puñetas no hacemos nada para arreglarlo? Dejémonos de tonterías, de excusas para no afrontar estos problemas tan reales. Y dejémonos de hablar por aparentar, por el mero hecho de quedar bien. Pasemos a la acción. Actuemos para que las personas no sean discriminadas por su raza, o su condición sexual. Actuemos para que las mujeres cobren lo mismo que sus compañeros. Actuemos para preservar el planeta. ¡Que ya es hora! 

¿Y qué podemos hacer? Todo acto, por pequeño que sea, suma. Ya sea por su efecto directo sobre uno de estos problemas, o por su influencia en la gente que nos rodea. Sólo se necesita una pequeña chispa para encender todo un fuego. Pensemos por ejemplo a pequeña escala, alzando la voz cada vez que presenciemos una situación de discriminación, o con pequeños gestos ecológicos como usar menos plástico, ahorrar agua o apagar la luz. Pero también a gran escala, actuando como una sociedad viva, funcional. El ejemplo más claro, e inminente, son las próximas elecciones. No, ningún partido arreglará todo esto en la próxima legislatura, ni ninguna formación probablemente te represente al 100%. Pero es vital votar para que la democracia funcione. Para que sea la población, y no cuatro gatos privilegiados, los que decidan el rumbo del país. Vota, por favor; sea a quien sea, pero vota.

Dejemos de ser agentes pasivos, viendo la vida como un inmenso reality de televisión donde somos meros espectadores. ¿Qué necesitamos que pase para que reaccionemos?

¿Más Trumps por el mundo? Están en camino. 
¿Nuevas leyes que coarten nuestra libertad? Ya vienen. 
¿Un cataclismo planetario? Antes de lo que creemos.

Pero cuando todo eso ocurra recordad que la realidad no es un programa de televisión del que puedas huir cambiando de canal.

Tic, tac…

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