La mina llora.
Llora porque ya casi nadie se acuerda de ella. De lo que ha significado, significa y significará para esta tierra que tanto amamos. Porque le debemos mucho dolor, sí, pero también infinita vida. E infinitos símbolos de resistencia, de revolución. De lo que somos los asturianos: duros e indomables.
Llora porque, cuando todo acabe, cuando el último pozo se haya cerrado y no quede ningún "abuelo picador" sentado en el pueblo contando su historia, sólo el perfil de los castilletes en lo profundo de los valles indicarán que existió alguna vez. Sola, en mitad de la tierra. Como Asturias.
Llora porque ya nadie la valora. Porque dicen que es mucho más rentable traer el mineral de afuera y cerrarla a ella, quedando la gente sin trabajo; sin pozos y sin alternativas. Mientras son otros, y no los mineros, los que se enriquecen de ti. De tu abandono. De tu muerte.
La mina llora porque el grisú irrita sus ojos, porque los postes se le fracturan y porque con cada galería que se desquebraja se derrumba su corazón.
Llora por todo el daño del que se sabe responsable. Porque siente como suyos todos los huérfanos, todas las viudas. Todos los mineros de ojos enrojecidos que, rotos por el dolor y el cansancio, abandonan el pozo tras haber intentado lo que estaba de su mano para sacar a sus compañeros de la oscuridad.
Llora porque pocos cantan ya a "Santa Bárbara bendita". Y son menos aún los que se emocionan con ella. Al pensar en esos cuatro compañeros. En la camisa manchada de sangre. En todas las Maruxinas, leales y nerviosas, que esperan ansiosas oír la puerta de la entrada al abrirse, que se estremecen al escuchar los accidentes por la radio. O en todos los hijos e hijas que no pueden dormir, no hasta que acaba la jornada de trabajo y todo el mundo vuelve a casa, sano y salvo.
Llora porque está sola. Porque ya nadie la recorre. Porque no creo que exista imagen más melancólica y triste que la de la galería en la oscuridad, la jaula destrozada contra el suelo tras haber sido cortado su cable y el constante tintineo de las gotas que se filtran por las paredes, acompañando el grave y constante rumor procedente del corazón de la Tierra.
Por todo eso llora la mina, y lloro yo. Lágrimas negras. Como el carbón.
Ninguna canción me puede emocionar tanto como ésta…
Muy buen artículo Alvaro. Me ha conmovido el mensaje y el lirismo de tu prosa. Gracias por tus letras. Un abrazo
ResponderEliminarSe nota que lo sientes, incluso me atrevería a decir que lo has vivido en tu gente. Me ha gustado mucho Álvaro
ResponderEliminar-Nanda